dilluns, 24 de novembre del 2008


Érase una vez un árbol que sonreía...

Era tímido, no se mostraba así como así a las personas, pero las aves del cielo sí que habían captado su felicidad y revoloteaban a su alrededor.

Se alzaba solitario en la colina y desde allí divisaba el mundo. Y le gustaba. Y gozaba de él.

La amable tierra le alimentaba y él crecía y crecía, alzándose hacia el cielo, imperceptiblemente pero con seguridad. Sus raíces horadaban el suelo, asentándose cada vez más.

Los días de lluvia disfrutaba del frescor y sus hojas se llenaban de perlas transparentes.

Los días de viento se mecía en él y la canción de sus ramas se unía a la melodía del aire.

Durante años abría mi ventana y era incapaz de verle; ya dije que era tímido: se escondía en el paisaje. Pero una mañana me sentí profundamente triste: el mundo no me parecía amable. Supongo que él se dio cuenta y me abrió su corazón. Instintivamente me acerqué a la ventana y le vi. ¡Me sonreía! ¡Un árbol me sonreía haciéndome olvidar mis pesares!. Le agradecí profundamente su regalo y me quedé mucho rato mirándole. Hizo que me sintiera feliz.

A partir de entonces cada día le saludaba y le devolvía la sonrisa. Su gesto era tan natural, tan desinteresado... no pedía nada a cambio. Simplemente irradiaba alegría.

Una tarde le miré y me quedé petrificada. Le habían quitado la sonrisa pensando que tan sólo eran ramas secas. Pero él seguía allí. Intenté darle ánimos, decirle que el mundo seguía siendo bello... no sé si lo conseguí; él ya no podía expresarse.

Su muerte llegó poco después. Un jardinero desalmado acabó con él. Pero no del todo.

Árbol sonriente, mientras yo viva un poco de ti vivirá conmigo.

diumenge, 9 de novembre del 2008


En la montaña tengo una amiga.

Mi amiga vive sola en una casa de piedra, rodeada por las cimas de una sierra. Es una delicia pasear por su huerto multicolor mientras te explica cómo van creciendo sus lechugas, habas, judías, pimientos, tomates... y todo lo que puedas desear.

Mi amiga siempre tiene el fuego encendido en el hogar y la puerta abierta a todo aquél que vaya a visitarla. Nunca falta una tostada de pan del pueblo con embutidos, que te ofrece con todo el cariño de quien sabe que da algo bueno.

Mi amiga ha vivido duramente, como montañesa que es. Ha vivido la muerte y ha vivido la vida, con todo lo que eso acarrea. Y es que la montaña no es tan idílica como pueda parecer.

Mi amiga no tuvo luz en su casa hasta hace unos quince años. Me contaba divertida cómo se iluminaban con algo parecido a las teas en las largas noches de invierno.

Mi amiga es sabia. Conoce las fases de la luna y las virtudes de las plantas, el vuelo de los pájaros, los escondites de las setas, los misterios del agua...

Mi amiga cuenta viejas historias, como la de aquella vez en que vio una serpiente con larga cabellera rubia y corona de diamantes. No te rías de ella, le dolería mucho. Es incapaz de mentir.

Mi amiga se llama Juanita, es una anciana y una vez fue mi vecina, la mejor de las vecinas que una pueda tener.

Muchas veces la echo de menos.

divendres, 7 de novembre del 2008


La carretera avanzaba sinuosa por la ladera de la montaña. El calor menguaba a medida que íbamos subiendo. Mis ojos de niña veían maravillados los bosques de abetos que corrían tras la ventanilla. Pensaba en las hadas que habitarían entre las raíces, en los ciervos que corretearían entre las sombras, en los pájaros que cantarían entre las ramas.


Por fin llegamos a lo alto del puerto. Bajé del coche para ir a saludar a los caballos que allí pastaban. Prados y más prados, que se extendían hasta el infinito. Y hasta allí fui.


Bajo mis pies el abismo y ante mi mirada el panorama más maravilloso que hubiera podido soñar. Mil metros más abajo se abría un valle cruzado por un río; las montañas de blancas cimas lo protegían.


Respiré hondo, emocionada, sin poder moverme, hechizada ante tanta belleza. Y me invadió un pensamiento: la honda certeza de que Dios existe, sin dudas, sin preguntas.


Nunca he vuelto a experimentar esa sensación. He recorrido valles, pueblos, montañas... he vivido en ellas, pero mi corazón no ha sentido otra vez lo mismo.


Quizás si volviera a ver el mundo con alma de niña...

dimecres, 5 de novembre del 2008

Reina de la noche, luz en la oscuridad




Reina de la noche, luz en la oscuridad.

Érase una vez un tiempo en el que las gentes sencillas te veneraban. No en vano siempre les habías ayudado. Regías los cultivos, la tala de los árboles, el cómputo del tiempo. Alumbrabas sus noches o las sumías en las tinieblas.


Reina de la noche, luz en la oscuridad.

En las ciudades las gentes han tratado de destronarte. No te pueden ver, no puedes iluminarles. Los días pasan sin que aprecien tus nacimientos y tus muertes, tu reflejo en el agua o en las nieves, tus juegos de luces entre la vegetación.


Reina de la noche, luz en la oscuridad.

La ciencia contraría a la tradición diciéndonos que no influyes en nosotros tal y como haces con el mar. No somos tan grandes como los océanos, argumentan, no somos dignos de ti.


Reina de la noche, luz en la oscuridad, Luna, yo sigo creyendo en tu magia.